Isidro Galicia
La personalidad política de Andrés Manuel López Obrador polariza.
Encona a quienes se sienten agredidos por su retórica anti sistémica.
Son varios los ingredientes que alertan los escenarios de la violencia pre electoral en México.
De una violencia validada por los opositores de AMLO, que al menos en el discurso, inducen la artillería verbal en contra de Obrador, como un ejercicio estratégico, pero peligroso.
Los huevazos en contra del presidente de Morena, no solo debe observarse como un hecho aislado, o como un simple acto de intolerancia política.
La violencia seduce y ciega. Se entrevera entra la ausencia de la conciencia social o el fracaso de la conciencia moral.
Ante el agotamiento de la razón, los adversarios políticos de Obrador han acudido al discurso de la violencia, de la maquinación estructural, que construye el miedo como última salida.
Hoy, los escenarios socio-políticos se encuentran amenazados ante la persistencia de la intolerancia colectiva.
De una violencia verbalizada, que legitima cualquier argumento por irracional que sea.
Cierto es que AMLO amenaza la perpetuidad del régimen actual.
Su interpretación del estado de cosas en México, puede ser aceptado o rechazado, pero nunca la violencia como mecanismo de disertación o de oposición.
Si bien, AMLO segrega sus posiciones, las confronta y en momentos las encona, el debate político debe quedarse en el campo de los argumentos y de la razón, nunca en la violencia.
Sí la idea que la política es la continuación de la guerra por otros medios, lo prudente será resistirnos a la naturalización de la violencia, de evitar que ésta sea consentida como una alternativa política.
México fue seducido por la violencia. Los huevazos en contra de AMLO, no solo exhiben un estado de ánimo político, es la resistencia a la oposición ideológica, y quizá a alternancia del poder.
Los huevazos serán el inicio. ¿Hasta dónde llegaremos?
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