Isidro Galicia/ Ágora Politica
La historia de la impunidad en México no es nueva. Desde la construcción del régimen mexicano en el Siglo XX, la cultura de la inmunidad política apareció como un mecanismo que garantizaba la estabilidad gubernamental del país. Mediante los jefes políticos y el caciquismo regional, quienes actuaban al margen de la ley con la permisibilidad del gobierno central. Hoy, la pandemia de la corrupción involucra a los gobernadores, quienes, desde la comodidad de sus entidades, esquivan acusaciones y sospechas, al menos en funciones.
Los estados subnacionales se han traducido como el espacio de la impunidad política y de la corrupción. De la subordinación de los congresos locales, empresarios, medios de comunicación y actores de la sociedad civil. No hay críticas ni resistencias. La sumisión ante el poder estatal, desvanece toda posibilidad de propiciar contrapesos a la autoridad. Los territorios estatales son estados de excepción, ínsulas de absoluta impunidad.
Los gobernadores en México derrochan recursos públicos, distribuyen el poder partidista y opositor local, manipulan la información y ejecutan obra pública sin procesos licitatorios. Es decir, gobiernan bajo un esquema de consentimiento y permisibilidad de la sociedad. Los paraísos gubernamentales estatales, territorios fértiles para la corrupción, son gobernados bajo la mirada complaciente de los órganos fiscalizadores locales y federal.
Los numerosos casos de gobernadores implicados en actos de corrupción, y algunos más enfrentando procesos penales, expresan la descomposición del sistema político mexicano. Peor más aún, la deliberada aceptación de que, en las entidades del país, se gobierna bajo una cultura de la opacidad. Duarte, el caso más emblemático del abuso de poder, no será el único juzgado. Vendrán más casos, que serán ventilados al final de los mandatos.
Las gubernaturas, como hace un siglo, son el equilibrio y la estabilidad política del gobierno federal, que permite los excesos de los gobernadores, que consciente sus decisiones y asume sus frivolidades. La corrupción además de sistémica, es una fuente de estabilidad política. Los mandatarios locales gobiernan en el paraíso de la impunidad; con poderes, partidos e iniciativa privada subordinados a sus caprichos.
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