La guerra en Morena ya comenzó. No es una metáfora ni una exageración. Está ocurriendo a plena luz del día, en eventos públicos, con discursos incendiarios, sillas voladoras y un oportunismo político tan vulgar como predecible. La autodenominada “esperanza de México” hoy parece más un campo de batalla que un proyecto de nación. Y en Michoacán, esta disputa interna adquiere tintes grotescos.
Raúl Morón Orozco, senador de la República, fue recientemente protagonista —y luego víctima autoproclamada— de un altercado en uno de esos eventos disfrazados de «asambleas informativas» que todos sabemos que son actos anticipados de campaña. El incidente, más mediático que trascendente, fue rápidamente capitalizado por el propio Morón como prueba de la violencia política que, según él, lo persigue.
Pero la historia no comienza ni termina ahí. Guillermo Valencia Reyes, dirigente estatal del PRI, no dejó pasar la oportunidad y lanzó una crítica que, nos guste o no, tiene puntos ineludibles: ¿cómo es posible que un personaje como Morón, que durante años utilizó la presión magisterial, la protesta agresiva y la movilización violenta como herramientas políticas, ahora se diga escandalizado por una silla lanzada?
Valencia va más allá y acusa con razón el doble discurso de la narrativa morenista. Mientras Morón se victimiza, calla frente a la tragedia real: minas explosivas sembradas en caminos de Tierra Caliente, drones con artefactos caseros que asesinan a civiles, comunidades desplazadas por el crimen organizado y un estado que se desangra, literalmente, a diario. Eso no merece boletines ni conferencias. No genera encuestas. No sirve para subir en el ranking.
Morón, lejos de levantar la voz desde su tribuna en el Senado, prefiere recorrer municipios en campaña encubierta. Pero, ¿y las víctimas? ¿y los muertos? ¿y el maestro que perdió la vida por una mina? Nada. Silencio cómplice.
Y no olvidemos otro frente de la disputa: los escándalos de corrupción que salpican a su equipo. Fidel Calderón Torreblanca, su excompañero legislativo, acusado por desvíos millonarios en la compra de un software fantasmal, vuelve a aparecer en escena. Esta vez acompañado del sospechoso silencio del Congreso local y de nuevas funcionarias investigadas por operaciones similares. ¿Otra casualidad? ¿Otro olvido selectivo?
Morena parece más preocupado por colocarse en las encuestas que por gobernar o rendir cuentas. En lugar de construir un proyecto de Estado, sus figuras están empecinadas en construir candidaturas personales. Lo que vemos en Michoacán es un ejemplo burdo de cómo se desgasta un movimiento cuando lo único que lo une es el poder.
Sí, Memo Valencia es opositor. Pero no por eso deja de tener razón cuando exige que la política mire hacia las víctimas, no hacia el show. Porque mientras discuten sillas voladoras en salones de eventos, allá en La Ruana una familia sufre porque su hija no tiene medicamentos. Allá, donde disparan en las noches y se siembra el terror en cada camino.
Y mientras tanto, Morón se hace la víctima. El mismo que hace años gritaba, marchaba, bloqueaba, acusaba. Hoy pretende pasar como paladín de la legalidad, ignorando que está violando la ley electoral con actos que claramente tienen fines proselitistas.
El verdadero crimen no es que se peleen. Eso pasa en todos los partidos. El crimen es que se peleen por el poder mientras el pueblo se muere de verdad.
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